La maestra irrumpió casi con violencia en el salón de clases. Su presencia propició un inmediato silencio en el aula, todos permanecían callados mientras se veían entre sí sabiéndose culpables de una de las peores travesuras escolares de la historia.
Antes de empezar el interrogatorio, la maestra Soraya
Rubianes del curso de Lenguaje buscó de prisa con la mirada al
"escritor". Así le decían a Juan Carlos Cervantes, quien además del
apellido, poseía un talento innegable con la pluma. Él era entre otras cosas el
brigadier del quinto "b" del colegio San Ramón de Tarma.
-
¿A ver Cervantes, me puede explicar por qué el
día de ayer no tuvieron práctica de lectura?
El escritor estaba a punto de responder cuando fue
interrumpido por la maestra.
-
Y no me venga con el cuento del ratón en el aula
que ya estoy enterada de todo. Sé que fueron sus compañeros quienes metieron
ese animal al salón de clases y lo mantuvieron encerrado en el anaquel.
Con ojo fieros se acercó hasta Juan Carlos y le susurró con
voz ronca: "lo sé todo". Y sí lo sabía. Sabía que el ratón lo había
conseguido Percy Ramos, y lo había escondido en un cajón donde los estudiantes
guardan algunos de sus materiales de estudio. Entre cartulinas, plumones y
tizas, el repulsivo animal esperaba su turno para el show de la segunda hora.
Tocaba prueba de lectura y casi nadie había terminado de leer "La
Ilíada" de Homero. Era un hecho que la mayoría iba reprobar, excepto
algunos de los más "chancones" de la clase, entre ellos Juan Carlos,
el brigadier del salón, conocido como "el escritor", hijo de
docentes, poseedor de una nutrida biblioteca y de una computadora con internet.
Todo un lujo allá por el año 1999.
¿Y por qué encubrirlos? ¿Por qué ser cómplice de la
irresponsabilidad de sus compañeros? ¿Por amistad? Juan Carlos no era
precisamente el amigo de todos, de hecho, no se llevaba bien con varios. Estaba
harto de ser excluido por ser un "hijito de papi", por tenerlo todo
siempre, por ser el estudiante modelo de entre un grupo de inadaptados hijos de
obreros y campesinos.
- ¿No vas a hablar? insistió la iracunda maestra.
Juan Carlos volteó a ver a Percy. Y recordó que un día
antes, al ingresar al salón todos sus compañeros lo rodearon para ver lo que tenía
en manos.
- El plan es esconderlo hasta la segunda clase. Cuando se
vaya el profesor de matemáticas lo liberamos. -propuso Percy- Le diremos a la
practicante que un ratón se metió al salón y todos saldrán menos yo que me
encargaré de "atraparlo".
Y así ocurrió. Apenas se retiró el flaco Cabañas, el maestro
de Matemáticas del quinto "b", Percy liberó al ratón. Los demás
esperaron a que, Lucecita, la practicante de la maestra Soraya llegara. Lo
tenían todo planeado, Soraya iba a estar en reunión de profesores mientras los
alumnos eran sometidos a una práctica de lectura a cargo de una joven que
recién cursaba el último semestre de pedagogía en un instituto.
Lucecita iba a ser más fácil de impresionar que la maestra
Soraya y así fue. Asustada y bastante nerviosa le pidió al brigadier Juan
Carlos Cervantes, "el escritor", que se encargue del animal. Juan
Carlos, quien sabía que todo era una patraña pudo elegir entre acusar a su
compañero o ser cómplice de la travesura, y eligió lo segundo.
- Juan Carlos, designa a dos compañeros para que te ayuden a
atraparlo- le pide la maestra practicante.
El escritor eligió a Percy y al chato César para la tarea,
mientras que el resto abandonó el aula. Durante la hora que debió durar la
clase, Juan Carlos y los otros dos chicos hicieron de todo, menos atrapar al
ratón. Hablaron de fútbol, de las chicas que les gustaban, y hasta de anécdotas
típicas de adolescentes. Durante aquella plática, Juan Carlos se sintió
incluido por sus compañeros, todos eran cómplices, parte de una misma causa, ya
no era más el consentido hijo de papá.
Faltando cinco minutos para que concluya la clase, Percy
atrapó al ratón y lo guardó dentro de una oportuna caja de zapatos. Juan Carlos
abrió la puerta del salón y llamó a Lucecita, la practicante, quien al
enterarse de que el animal había sido neutralizado, llamó a todos para que
retornaran al salón. Percy se encargó de llevarse al animal. Según contó luego,
lo liberó en un parque cerca al colegio. Como ya no había tiempo, a Lucecita no
le quedó de otra que postergar la prueba de lectura.
Todo parecía ir de lo más normal, cuando al día siguiente la
maestra Soraya encaró a toda la clase. ¿Cómo se enteró de la travesura? Como si
estuviera enterada de todo, fue directamente con los responsables. Ya era la
hora de salida y la maestra ordenó que todos se retiren, menos el escritor.
Incluso Percy y el chato César podían irse.
- Siéntate. Vamos a conversar.
- Maestra yo...
- Me sorprende de usted Cervantes, un chico correcto, de
buena familia, que encubras de esa manera al señor Ramos.
- Si lo sabe todo, no entiendo por qué solo estoy yo aquí.
- Porque tú eres el ejemplo de este salón, además llevas un
cordón, eso te convierte en autoridad.
- Yo no pedí ser brigadier.
- Eso lo sé. Fueron tus compañeros los que te propusieron en
el cargo, ¿Y te has preguntado por qué?
- No maestra.
- Por lo que te acabo de decir. Ellos te ven como un
ejemplo. Como lo que ellos quisieran ser.
- No es cierto. Ellos me odian por no ser como ellos.
- No te odian. Solo no sienten que seas parte de ellos. Pero
eso no es odio. Al contrario, diría que hasta te admiran, cada vez que formamos
grupos para una exposición todos quieren trabajar contigo. Lo hacen porque se
sienten respaldados por ti. Ellos de repente no saben mucho. Pero tú les dices
lo que tienen que estudiar y lo que tienen que decir. Tú tienes que cambiarlos
a ellos. No ellos a ti.
- Pero hay más listos que yo, y no son ni brigadier ni nada.
- ¿Quién? ¿Edgar? Sí. Es bueno... en matemáticas. Una
materia fría. Tú no eres frío, tú tienes sensibilidad. Escribes muy bien,
comunicas muy bien lo que piensas y lo que sientes.
- ¿Pero a quién le sirve eso maestra?
- A ver dime, ¿Tú qué has pensado estudiar terminando el
colegio?
- Al principio quería estudiar medicina.
- ¿Al principio?
- Sí, ahora no estoy seguro.
- ¿Por qué lo dices?
- Siempre quise ser médico, pero en el test vocacional me
arrojó otras cosas.
- ¿Letras verdad?
- Sí, letras.
- ¿Y qué tiene de malo?
- Que yo siempre soñé con ser médico, hasta le prometí a mi
maestra de la primaria que volvería a la escuela como un doctor.
- Aún puedes serlo.
- Ya no sé. No sé qué quiero ser, si tendré futuro, temo
decepcionar a mis padres y decepcionarme a mí mismo.
- No debes tener miedo. Es normal que a esta edad tengas
dudas. Si quieres mi modesta opinión pienso que serías un gran escritor. Te
gusta leer y escribes muy bien.
- ¿Cómo podría decirles a mis padres que seré escritor?
- No les digas. Demuéstrales que eres bueno en esto, estoy
segura que ellos lo saben.
- Mi papá me inculcó la lectura desde muy pequeño, me
regalaba cuentos con enormes dibujos, cuando acaba uno me compraba otro,
conforme crecía me daba textos más largos para leer.
- ¿Ves? Indirectamente ellos te formaron como escritor desde
pequeño. Esa micro novela que presentaste para el concurso de redacción estuvo
muy buena.
- Era una historia de amor imposible, a la gente le gusta
leer esas cosas.
- Exacto, ¿ves que sí podrías vivir de ello? Yo elegí las
letras porque a diferencia de las matemáticas, el lenguaje es capaz de
transmitir toda clase de sensaciones, tiene la capacidad de informar, de educar
y hasta de entretener. Tú tienes el don, aprovéchalo.
- Eso lo cambia todo maestra, es renunciar a algo que creí
toda una vida.
- Muchacho, apenas tienes 15 años, si no haces ese
"cambio" como tú dices, te arrepentirás toda tu vida, y te acordarás
de esta plática.
La maestra secó las lágrimas de su estudiante y juntos
salieron de aquella aula. El colegio lucía vacío, ya era de noche. En el
trayecto hacia el paradero, Juan Carlos le preguntó qué pasaría con Percy.
- Por esta vez no lo voy a castigar. Su peor castigo será
reprobar el curso, no porque quiera, si te muestro sus calificaciones te
pondrías a llorar. Cervantes, quiero que tenga en cuenta esto, usted mejor que
nadie conoce la realidad de estos chicos, los padres de muchos de ellos apenas
saben leer y escribir, no hay futuro promisorio para ellos, y no es una
cuestión discriminatoria, son muy pocos los chicos que a pesar de las
adversidades logran culminar la secundaria para luego seguir una carrera
universitaria, tú tienes el respaldo de tus padres, que son profesionales, no
desperdicies esa oportunidad, hazlo por ellos, tus logros, créeme los llenarán
de orgullo.
- ¿Maestra, usted cree que llegue a ser buen escritor?
- No tengo dudas.
- Maestra, algún día escribiré sobre esto, sobre esta
plática.
- Y lo harás bien.
FIN

En estos momentos me cayó como anillo al dedo, excelente historia, con una gran enseñanza.
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