Roberta sale de la ducha y comienza a alistarse. Tenía todo
listo desde la noche anterior: la ropa que usaría estaba ya planchada, los
zapatos lustrados, la batería de su celular estaba al 100% cargada y su hoja de
vida reposaba sobre una cómoda al costado de la puerta. Nada podía salir mal.
El reloj marca las siete. Mientras desayuna, Roberta repasa en voz alta todo lo que necesita: teléfono listo, llaves listas, currículum listo. Y repetía: Teléfono listo, llaves listas, currículum listo, teléfono listo, llaves listas, currículum listo. Antes de salir, revisa la hora y hace un último repaso en voz alta: Teléfono listo, llaves listas, currículum listo, abre la puerta, toma su currículo, y sale del departamento. Mientras camina se dice así misma: ¿No me olvido nada? Y repite: Teléfono listo, llaves listas, currículum listo… Teléfono, llaves, currículum, billetera ¿Billetera?
No había cargado su billetera y presurosa corre de nuevo al
departamento para buscarlo. Abre la puerta y sin retirar la llave, coloca el currículum sobre la
cómoda, cierra la puerta y comienza a buscar su billetera. Revisó el sofá, la
cama, el velador, la cocina y no encontraba la billetera. Mira la hora y son 7
y media, se lamenta y dice en voz alta que en lugar del bus tendrá que tomar un
taxi, pero igual necesita hallar primero su billetera.
Comienza a desordenar toda la casa y la billetera no
aparece. Roberta comienza a desesperarse. Se detiene, respira un poco y trata
de hacer memoria, piensa en la ropa que llevaba puesto la noche anterior.
Entonces entre un cerro de ropa comienza a revisar todos los bolsillos y por
fin encuentra su billetera, estaba en uno de sus abrigos. Mira el reloj y ya eran casi las ocho. Apurada
corre hacia la puerta e intenta abrirla, pero esta está atorada. Al olvidar retirar la llave cuando entró, la cerradura se atascó y la única forma de salir era que alguien abra la puerta
con la llave desde afuera.
Como si se tratara de una maldición, Roberta comienza a
perder la calma, grita, golpea la puerta y comienza a pedir ayuda, esperando
que alguien desde afuera le ayude a salir. Sin embargo, nadie la escucha y los
minutos siguen corriendo. Entonces Roberta coge el móvil e intenta llamar a su
hermano Franco, quien después de dos timbrazos le contesta, pero le dice que está camino al trabajo y
que le es imposible ir hacia su casa. Ella le dice que es urgente, que toda su
vida depende de esa entrevista y que necesita llegar a tiempo. Franco le dice:
“está bien, llamaré al trabajo y les diré que se me presentó una emergencia.
Llegaré en una hora”. Roberta mira el reloj y ya eran las 8:30, en una hora
serían las 9:30 y solo tendría 30 minutos para llegar hasta Miraflores. Al
borde del llanto le pide a Franco que por favor intente llegar antes.
Mientras espera, Roberta se lamenta, maldice su suerte y
llora, en otro arranque de desesperación se dirige nuevamente a la puerta,
golpea con fuerza y pide ayuda. Un niño como de siete años que pasaba cerca se
detiene e intenta ayudarla, pero la fuerza no le da para girar la llave.
Roberta se desespera y en lugar de alentarlo comienza a ponerlo nervioso. El
niño se rinde y se va. Roberta se desespera aún más.
Bañada en llanto, Roberta golpea con más fuerza la puerta
hasta que ya no puede más y se rinde, con el maquillaje corrido y casi sin
tiempo para llegar a su entrevista, se da por vencida, se acuesta en el piso y
deja de llorar. El silencio que había logrado apoderarse de la habitación es
interrumpido por una llamada. Roberta ve que es del estudio de abogados. No
quiere contestar, deja que siga sonando y se vuelve a recostar en el piso
llorando de impotencia.
Roberta despierta. Despeinada y con el maquillaje corrido,
mira el reloj. Son las 11:00 de la mañana. Se levanta, intenta abrir la puerta
y esta se abre. Mira afuera y ya no estaba su llave. Vuelve a mirar dentro del
departamento y encuentra su llave sobre la mesa junto a una nota con la letra
de su hermano: “Perdón por no llegar a tiempo. Te encontré dormida y no quise
despertarte. Atte. Franco”.
Roberta, triste y decepcionada de su suerte, se sienta
rendida en el sofá, en medio del desorden que ella misma provocó mientras
buscaba su billetera. De pronto vuelve a sonar su celular, es del estudio.
Sorprendida responde. Una mujer al otro lado del teléfono pregunta: ¿Me
comunico con la señorita Roberta Seminario? – Sí, responde ella. ¿Cómo está
señorita Seminario? La llamaba para confirmar su asistencia a la entrevista de
trabajo programada para mañana viernes 8 a las 10 de la mañana. Sorprendida Roberta
pregunta: ¿Qué hoy no es 8? – No señorita, es 7, la entrevista con usted está
programada para el viernes 8 ¿Me confirma entonces su asistencia? – Roberta,
que no salía de su asombro por lo que acababa de pasar, le dice: Sí, sí, mañana
estaré allí sin falta. Gracias. Y cuelga.
FIN
por Carlos Cruz Barrera 05 de Noviembre de 2021

Comentarios
Publicar un comentario